miércoles, 3 de enero de 2018

El mito de que el capitalismo causa la brecha salarial de género (I)


Este post es sobre Teoría Económica. Es un análisis lógico sobre por qué el capitalismo tiene, inherentemente, un freno automático para cualquier persona o grupo que desee pagar menos a una persona o grupo basado en criterios que no sean el de productividad (por su sexo, su religión, su raza, etc.) No es un post sobre los (muchos muy cuestionables) análisis estadísticos sobre la supuesta “brecha salarial de género”. Ello vendrá, espero, en un futuro post.

Con esto, espero no tener que aclararlo a gente que tiene incorporada la reacción de “eso sucede en la teoría, pero la realidad es…” y a continuación pega el nombre de una noticia redactada incorrectamente o un estudio empírico erróneo, de baja calidad o muy cuestionable.

Básicamente, el feminismo socialista establece que ante un mismo trabajo de una determinada calidad durante un mismo periodo de tiempo en circunstancias similares, a las mujeres se les paga sistemática y considerablemente menos. Observen que necesariamente se debe suponer que el tipo de trabajo, las horas trabajadas y la calidad de su realización son iguales en su ejecución tanto por parte de hombres como mujeres. Porque si no fuera así, ello podría explicar la diferencia en remuneración.

¿A qué se debe que se les pague menos? Al “patriarcado” (ese concepto que es usado como ad hoc para toda explicación que no cierre), es decir, una organización social en la que la autoridad la ejercen, de forma desequilibrada y privilegiada respecto a las mujeres, los varones. Dado eso, ellos pueden pagar sistemáticamente menos a las no privilegiadas féminas por el simple hecho de no pertenecer a la casta que supuestamente ejerce el mando.

De entrada, regalaremos que el argumento feminista es correcto sin siquiera cuestionarlo. Vamos a suponer que realmente es así: el valor de productividad marginal estimado para un determinado trabajo por un cierto periodo de tiempo de una calidad determinada es igual entre hombres y mujeres, pero a estas últimas se les paga un salario menor.

Cuadro basado en el de Walter Block

El feminismo socialista moderno asegura que la productividad de la mujer y el hombre son iguales, pero a la mujer se le paga menos. Por lo tanto, en el cuadro de arriba, tanto el valor de la productividad de los hombres como de las mujeres que trabajan en un lugar determinado es de $100 el día (o la hora o lo que quieran de unidad de tiempo). Esto es lo que le aportan a la empresa, lo que recibe el empresario, sus ingresos. Por otro lado, los costos del empleador son los siguientes: le paga $100 al día a los hombres y $70 a las mujeres. He ahí el tan nombrado 30 % de “brecha salarial”.

Sea cual fuere el diferencial (considerable) de salarios entre hombres y mujeres, algo es claro: ceteris paribus (manteniendo sin cambios los precios de las demás materias primas, insumos, etc. complementarios), los costos salariales contratando solo mujeres serían notablemente menores que empleando hombres. El feminismo socialista pretende decirnos que, al mismo tiempo que asumen que los empresarios son seres egoístas que buscan obtener siempre la máxima ganancia posible, los empleados no van a contratar mayoritariamente mujeres aun cuando por cada día trabajado ganan $30 con ellas mientras que con los hombres ganan $0. Independientemente de esa contracción absurda del feminismo de izquierda, nos quieren hacer creer que la situación del cuadro anterior es estable. Claramente no lo es.

El empresario que tenga un juicio superior y sí contrate féminas, al tener erogaciones salariales menores (invariados los demás costos), estará obteniendo beneficios extraordinarios respecto a sus competidores “sexistas”.

Es evidente que esos beneficios extraordinarios de ese emprendedor inducirán a que (1) sus rivales que ya están en la industria lo imiten contratando más mujeres (en lugar de hombres) para también ganar más y (2) otros productores que se dedicaban a otras industrias o disponen de capital en busca de jugosos rendimientos donde invertirlo entren contratando empleadas dada la tasa de beneficio relativamente más alta.

Por un lado, (a) hay una mayor demanda de empleadas femeninas que puja contra una cantidad (stock) dada de mujeres en un momento del tiempo. (b) En la medida que menos mujeres quedan disponibles para trabajar, porque ya fueron contratadas, más escasa se vuelve relativamente su fuerza laboral. Todo ello, ceteris paribus, necesariamente implica una tendencia a la suba de sus salarios. Por el otro lado, (c) hay una demanda de empleados varones que cae contra una cantidad (stock) dado de hombres en un momento del tiempo. (d) A medida que más hombres quedan desempleados, comienzan a abundar y están dispuestos a tomar el mismo puesto de trabajo por menos. Lo que, ceteris paribus, causa una tendencia a la baja de sus salarios.

En resumen, tenemos unos salarios relativamente bajos (de mujeres) que tienden a subir y otros altos (de hombres) que tienden a bajar. Esos movimientos opuestos hacen que el diferencial que había tienda a achicarse o incluso desaparecer (en términos de ser una diferencia considerable).

Una implicación necesaria es que, descontando el riesgo, en las industrias mano de obra intensivas “dominadas por hombres” (pesca, agricultura, minería, informática, construcción, etc.) debería haber de forma sistemática mucho menor beneficio o tasa de beneficio que en industrias mano de obra intensivas “dominadas por mujeres” (cosmética, venta minorista, salud educación, consumo masivo, publicidad, etc.). Nada en una economía libre impide que ocurra el movimiento de inversión de capital monetario desde las industrias con menores beneficios relativos hacia las de mayor. Tendiendo así a aumentar relativamente los beneficios en las primeras y disminuyéndolo en las últimas. Al producirse la tendencia a la igualación de beneficios, aumenta la inversión (y salarios) en industrias intensivas en trabajo femenino mientras disminuye la inversión (y salarios) en las otras de presencia masculina.

De más está decir, pero debo hacerlo dada cierta tendencia de la heterodoxia a reaccionar con “estas suponiendo X”, que no estoy asumiendo para nada un mundo de “competencia perfecta” ni nada por el estilo. Descontando las críticas irrefutables de la Escuela Austriaca contra esa construcción imaginaria, lo único que se ha descripto en este post es la competencia como proceso de rivalidad, que no existen barreras legales-estatales de entrada o salida. El cómo la intervención del Estado sí puede causar una tendencia a la discriminación sexista será tratado en otro post.

La función del empresario es precisamente anticipar que ciertos factores productivos están sub-valuados dado su potencial valor de producción. En este caso, nos referimos a los servicios laborales que proporcionan las mujeres. Mientras eso pase, necesariamente ello es una oportunidad de ganancia para empresarios. Los beneficios que obtengan, son la recompensa por anticipar el futuro incierto con más exactitud que los demás (comprar servicios de factores productivos a precios de mercado menores que el eventual precio de venta del producto).

Dada la incertidumbre inerradicable del futuro, algunos individuos son más capaces que otros para anticipar las futuras condiciones del mercado. Estas personas tienden a adquirir mayor cantidad de recursos a lo largo del tiempo, mientras los sujetos menos capaces se quedan con menos y hasta son expulsados por el mercado de su función empresarial y pasan a ser asalariados. El proceso de mercado del capitalismo es precisamente el funcionamiento de este “mecanismo de selección” en el cual los empresarios menos exitosos (aquellos que sistemáticamente sobre-valúan los precios de los factores productivos relativamente a las eventuales demandas de los consumidores) son eliminados de su tarea de comandar recursos. En el caso que nos concierne, claramente los más capacitados son los que contratan mujeres antes que hombres y los menos exitosos son los que insisten en seguir con hombres.

Como se ve, no hay nada en el funcionamiento del capitalismo que cause un diferencial considerable, permanente y sistemático de salarios entre hombres y mujeres que sea independiente al valor de productividad esperada (sea por sexo, raza, religión, etc.)

La conclusión es evidente: la propia tendencia de evitar pérdidas y maximizar ganancias es la que asegura que no haya diferencias enormes permanentes en el precio del servicio del factor trabajo (salario) que no vengan justificadas por productividad. Es el propio proceso de beneficios y pérdidas del mercado lo que genera una tendencia a la igualdad de salarios. El mercado libre tiene inherente e inevitablemente una tendencia sistémica a castigar (hacer pagar caro) la discriminación sexista y premiar la inclusión.  

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